Esta publicación es, efectivamente, un libro colectivo resultado de un trabajo en común que se nutrió de las presentaciones y discusiones entre las autoras a lo largo de los años 2020 y 2021 en el marco del Seminario de Redes Femeninas en la Historia y Estudios de Género, de El Colegio de Jalisco. El libro quedó integrado por la «Introducción», a cargo de las coordinadoras, Lilia Bayardo y Gizelle Macías, y nueve capítulos. Las coordinadoras son también autoras de dos de los capítulos.

La idea central que ha convocado a las autoras es que las mujeres construyen redes sociales particulares y específicas tanto para resolver la sobrevivencia como para conseguir objetivos personales, familiares y comunitarios que pueden ser muy distintos. De esa manera, los capítulos del libro son muy variados.

La apuesta común es que las redes femeninas pueden ser descubiertas y analizadas a lo largo de la historia y a lo ancho de la geografía mexicana. La presentación es cronológica y abarca más de un siglo (del porfiriato a la actualidad), trata de mujeres de distintas regiones y diversas clases sociales. A pesar de esas diferencias, las autoras han privilegiado dos ejes: el trabajo y el quehacer político.

La mayor parte de los capítulos surgieron de investigaciones que se originaron en tesis de posgrado presentadas en los últimos dos o tres años en distintas instituciones académicas. Es decir, se trata de investigaciones recientes que se basan en información original inserta en discusiones académicas actuales y relevantes.

Por eso mismo, la información que se presenta ha sido generada y procesada por las propias autoras. Como sabemos, la visibilización de las mujeres y lo femenino llevó a la necesidad no solo de revisar con nuevas miradas las fuentes tradicionales de información, centradas en los hombres con fuertes sesgos patriarcales, sino también de buscar y crear fuentes de información donde pudiera rastrearse la presencia femenina, tarea mucho más ardua y microscópica. Hilda Monraz aludió a esa limitación de las fuentes al estudiar a los Bell, donde la información acerca de los hombres era muy fluida y, en cambio, muy escasa en cuanto a las mujeres de la familia.

La generación de información de primera mano está presente en los cuatro capítulos de índole histórica. Las autoras recurrieron a archivos públicos y privados de México y Estados Unidos: en el Archivo General de la Nación Hilda Monraz encontró información que complementó a la que obtuvo de la Texas Christian University sobre la familia Bell; en ese mismo archivo, el General de la Nación, Lilia Bayardo revisó y trabajó las Encuestas de Gastos Familiares para conocer la situación de las costureras en la Ciudad de México en 1914 y 1921; por su parte, Imelda Gutiérrez encontró la información que necesitaba para el estudio de los juicios de divorcio entre 1914 y 1921 en la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, y Yuruen Lerma recurrió al archivo de su propia familia para estudiar la trayectoria de su tía abuela, Trixie Mayer.

En los últimos años, los archivos judiciales se han convertido en una cantera particularmente generosa para rastrear la condición femenina. Como muestra Imelda Gutiérrez a través del análisis de cuatro juicios de divorcio en Guadalajara, incluso cuando era tremendamente difícil romper las uniones debido a las dificultades económicas y el estigma social que significaba pasar a ser «mujeres solas», hubo mujeres que decidieron salir de relaciones de violencia conyugal, en especial el adulterio, y contaron con apoyos femeninos, en especial de sus madres. Eso es inusual y quizá hay que atribuirlo al ambiente urbano. Porque los estudios de Teresa Sierra (2004) en archivos judiciales de comunidades indígenas han constatado que las mujeres han acudido, una y otra vez, a las autoridades para denunciar la violencia que padecían a manos de esposos y suegros y buscaron separarse de sus maridos, pero en la mayor parte de los casos las autoridades y sus propios padres las presionaron para que regresaran con sus parejas. La investigación basada en distintos archivos judiciales puede llevar a análisis comparativos que revelen y contrasten las situaciones jurídicas de mujeres urbanas y rurales, en distintas regiones y épocas.

La investigación original de primera mano está presente también en los dos capítulos de índole etnográfica. La información de Gizelle Macías sobre las empresarias avícolas de Tepatitlán, Jalisco, y de Fabiola Sevilla acerca de las migrantes zapotecas en un pequeño espacio del área metropolitana de Guadalajara se originó en entrevistas llevadas a cabo por las propias autoras.

Por su parte, los capítulos sobre mujeres del siglo XX se sustentan, en buena medida, en la abundante información ya existente sobre mujeres, lo que da cuenta de la fortaleza y continuidad de los estudios en Jalisco. Cristina Alvizo y Alejandra Díaz basaron sus trabajos en la revisión bibliográfica generada por ellas y otras investigadoras acerca de dos mujeres clave en la historia política de Jalisco aunque desde trincheras muy opuestas: Guadalupe Martínez y Lola Vidrio. El capítulo de Tami Cenamo sobre la internacionalización del movimiento feminista entre 1997 y 2005 es de carácter documental. En general, puede decirse que los capítulos son investigaciones de pequeña escala: biografías, entrevistas, encuestas muy precisas.

En la «Introducción», las coordinadoras, Lilia Bayardo y Gizelle Macías, ofrecen una revisión de la literatura antropológica y sociológica en torno a las redes sociales y presentan los capítulos que forman el libro; revisión y presentaciones que proponen discusiones que vale la pena revisar con atención.

Cinco de los nueve capítulos del libro tienen como eje el trabajo. Lo anterior muestra algo que hoy nos parece una perogrullada: lo indispensable que ha sido el quehacer remunerado o de algún modo retribuido en la vida de las mujeres, de muchas mujeres, de antes y de ahora, en todos los lugares y todas las clases sociales. Son los casos de las artistas de circo como Nelly Bell en tiempos porfirianos, de Trixie Mayer que trabajó en la Inteligencia Militar inglesa durante la Segunda Guerra Mundial y las avicultoras de Tepatitlán desde mediados del siglo XX en sectores de clase media urbana; pero también en las trayectorias de mujeres pobres como las costureras de la Ciudad de México y las trabajadoras de servicio del área metropolitana de Guadalajara.

Lo que llama la atención es que solo una de ellas, Trixie Mayer, siguió una trayectoria laboral personal, distinta y distante de los quehaceres de su familia en México. En su caso, las redes y la comunicación permanente con las mujeres de su familia en México eran vitales, pero en calidad de apoyo emocional y afectivo para una mujer que tomó decisiones de vida de manera independiente.

En los demás capítulos se advierte que las opciones y decisiones laborales de las mujeres estaban ancladas en los quehaceres y supeditadas a las tramas y dinámicas familiares de las que formaban parte. Las tramas familiares que presentan las autoras parecen influir en dos sentidos. Por una parte, en las actividades a las que se dedicaron, como el vodevil y la avicultura. Nellie Bell, como otras mujeres de esa familia trashumante, asumió tareas adicionales a los espectáculos musicales, pero no se apartaban de esa franja de actividades.

En la narrativa de las avicultoras de Tepatitlán, Jalisco, que ha recuperado Gizelle Macías, llama la atención la manera en que los recursos locales no formales, lo que hemos llamado la franquicia social, es decir, el paisanaje, el parentesco, la confianza, el crédito a la palabra dada, han sido elementos clave para la incorporación de mujeres en calidad de empresarias avícolas. Esos recursos que forman parte de la franquicia social estaban ahí desde hace mucho tiempo, siempre disponibles para los hombres (Arias, 2017). Lo novedoso es que han sido transferidos, al parecer, sin mayores dificultades a las mujeres, en todo caso a mujeres que forman parte de las familias avicultoras, de tal manera que ellas han podido acceder a la confianza, los préstamos y a conocimientos fundamentales para insertarse y ser exitosas en ese negocio, antes tan masculino.

A primera vista puede decirse que se trata de la continuidad de la cultura de negocios de los Altos de Jalisco. Desde luego que es así, pero no es solo eso. Avanzaría un argumento que da cuenta de dos cambios, sociodemográfico uno, cultural el otro, que han sido de alguna manera captados por los avicultores y han facilitado el ingreso de las mujeres a la actividad avícola. La disminución en el número de hijos en los hogares, en todos los hogares, ha reducido la cantidad de candidatos masculinos a continuar con los negocios familiares de cualquier índole. Pero además, se ha suscitado un gran cambio en las masculinidades. Los jóvenes de hoy ya no quieren, necesariamente, continuar con la actividad a la que se dedicaban sus padres, han cuestionado su condición tradicional -y esperada- de proveedores de los hogares y defendido su derecho a seguir gustos e intereses inexplorados que los llevan por otros derroteros laborales.

Pero lo que parece verdaderamente clave es la decisión de las mujeres, desde luego con mucho mayor formación y diversidad de intereses que antes, por incursionar en actividades «tradicionalmente masculinas». Las redes sociales, el capital social que está detrás de tantas actividades en un país donde predomina la economía informal, están siendo capitalizadas por las mujeres, no solo las avicultoras, para dedicarse a actividades que conocían y a lo mejor siempre les habían gustado pero faltaban las condiciones para convertirlas en sus proyectos de vida. Ahora sí existen y el resultado, como muestra Gizelle Macías, es que no lo han hecho nada mal. La conclusión es que frente a condiciones nuevas los colectivos emergentes, en este caso las mujeres, pueden apropiarse de recursos y redes sociales que habían sido creadas por y para actividades masculinas.

Eso que es evidente en el estudio de Gizelle Macías presenta muchos más claroscuros en el caso de mujeres pobres, que son las estudiadas por Lilia Bayardo y Fabiola Sevilla. Lilia Bayardo hace una muy iluminadora presentación de un rico material sobre encuestas de trabajo resguardado en el Archivo General de la Nación. Lilia ha escogido dos encuestas donde aparecen costureras, la de 1914 y la de 1921, es decir, durante y apenas finalizada la Revolución mexicana.

La investigación de Lilia Bayardo da cuenta de tres hechos incontrovertibles: uno, la existencia de una gran diversidad de hogares; dos, que los hogares encabezados por mujeres eran más pequeños que los de los hombres; tres, que esas mujeres solteras, viudas, abandonadas, eran las proveedoras principales o únicas de los que vivían con ellas. En la encuesta de 1914 solo dos hombres trabajaban. La situación en 1921 no era muy diferente. La condición de madres las orillaba a dos situaciones: el trabajo a domicilio, el peor pagado pero que permitía trabajar en las casas, y la necesidad de establecer arreglos residenciales y crear redes con otras mujeres para el cuidado de los hijos pequeños.

Esto puede ser conocido. Pero la investigación de Lilia Bayardo hace pensar que la conformación de esos hogares urbanos encabezados por mujeres podría considerarse, en alguna medida, como uno más de los impactos de los años revolucionarios que tanto alteraron la vida en México. Una comparación de dos padrones -1905 y 1920- de Totatiche, una parroquia del norte de Jalisco, mostró, en 1920, un aumento en la mortalidad de los hombres, un incremento en el número de mujeres que enviudaron jóvenes, menos matrimonios, quizás más uniones consensuales, más hogares formados por abuelos y nietos. En ese tiempo convulsionado, muchas más mujeres -madres jóvenes, viudas, con hijos pequeños, hijas adolescentes- migraron a Guadalajara, donde sobrevivieron en los oficios que bien constata Lilia Bayardo en la Ciudad de México: servicio doméstico, costura, prostitución, viviendo juntas y ayudándose entre sí. La viudez rural sin recursos dejaba a las mujeres sin alternativas y era un detonante casi infalible de migración. Lilia Bayardo refiere el caso de Ester Torres, costurera y líder sindical que ilustra lo anterior: debido a la muerte del padre, su madre, ella y sus hermanas habían migrado de Guanajuato a la capital del país.

De hecho, otra de las líneas que intersectan los estudios de este libro es la migración, fenómeno que, como en el caso del trabajo, es más antiguo y ha estado más presente de lo que suponemos en las vidas femeninas. Como advierte Hilda Monraz, una vida trashumante de mujeres binacionales es la de Nellie Bell, que en sus travesías aprendió a conocer los gustos, usos y costumbres y a utilizar las redes sociales tejidas en México y en Estados Unidos tanto para crear espectáculos que resultaran atractivos en cada lado de la frontera como para desarrollar con eficacia actividades que hoy llamaríamos de gestión empresarial, en beneficio de su familia en México.

Pero es sin duda en el estudio de Fabiola Sevilla donde se evidencia, de manera más clara, la intersección entre trabajo, migración y redes sociales. La autora presenta los relatos de vida de cuatro mujeres zapotecas mayores de cincuenta años que desde la década de 1980 se han avecindado en una colonia del municipio de Zapopan, en el área metropolitana de Guadalajara. Para esas mujeres, el trabajo ha sido crucial en sus trayectorias durante todas sus vidas. Pero lo que descubre Fabiola Sevilla es un proceso hasta ahora muy poco estudiado: la reemigración de mujeres indígenas a nuevos destinos, en este caso a Guadalajara, en etapas tardías del ciclo doméstico, que se han convertido en inmigrantes urbanas. Reemigración que tiene que ver con la pérdida de las parejas por viudez o disolución de uniones, situación que ha detonado trayectorias migratorias femeninas que es preciso comenzar a documentar y analizar con atención.

Las migrantes que estudia Fabiola Sevilla reiteran su pertenencia étnica mediante reuniones dominicales (hasta antes de la pandemia) donde hablan su lengua, a través de la celebración de fiestas patronales en la ciudad. Pero ese mantenimiento del paisanaje étnico sirve, como descubre la autora, para objetivos urbanos: conseguir información, acceder a préstamos, organizar tandas que les permitan combinar actividades e ingresos para sobrevivir en la ciudad. Fabiola Sevilla ha sacado a la luz ese cambio sin duda crucial que ojalá se convierta en un tema de la investigación sobre la inmigración rural-urbana y el contenido de las redes sociales de las que un día fueron migrantes y se han convertido en inmigrantes.

El libro incluye tres capítulos donde las autoras exploran y analizan las redes sociales femeninas en el ámbito de la acción política. Esas investigaciones dan cuenta de los profundos cambios que han experimentado tanto las mujeres como las redes sociales a lo largo del siglo XX . Dos de ellos tienen un fuerte sesgo biográfico. Pero de mujeres muy diferentes. El estudio de Cristina Alvizo sobre Guadalupe Martínez nos lleva a un tiempo y a una manera de hacer política y de tejer redes sociales enmarcadas en un contexto patriarcal extremadamente jerárquico cuando el caciquismo sindical fue fundamental para asegurar el control corporativo de los trabajadores que tanto contribuyó a la cultura y el quehacer político del largo tiempo priista.

Como enseña Cristina Alvizo, doña Guadalupe Martínez entendió muy bien los márgenes de acción que podía tener, siempre al lado de un hombre, su esposo, el líder sindical histórico de Jalisco Heliodoro Hernández Loza. Los sindicatos y las asociaciones que crearon, así como las redes sociales que establecieron, tienen que ver con que su principal interlocutor era el estado al que ofrecían el control político de los trabajadores.

Alejandra Díaz siguió también el formato biográfico para presentar y analizar la trayectoria de Lola Vidrio, que llegó muy joven a Guadalajara, donde siempre vivió. Lola, como escritora, periodista y activista, se insertó en redes internacionales de mujeres anticapitalistas; pero además, a través de sus viajes y su participación en múltiples eventos, comprendió la situación mexicana desde una perspectiva internacional de izquierda, muy asociada al entusiasmo por la Revolución rusa y la Revolución cubana de la década de 1960. En el campo de la política Lola Vidrio es un personaje autónomo que se construyó a sí mismo y labró su destino individual, como lo fue Trixie Mayer en lo laboral.

La transición, mucho más contemporánea, de redes sociales centradas en personas a un sistema de redes feministas con agendas comunes con fuerte componente internacional se advierte en el estudio de Tami Cenamo, basado en la revisión de documentos. La autora analiza la trayectoria de la Red Latinoamericana de Mujeres Transformando la Economía (REMTE), conformada por organizaciones feministas de once países, que permitiera elaborar diagnósticos que tomaran en cuenta la condición femenina en la economía en un momento en que se aplicaban políticas de ajustes fiscales, se planteaba la apertura comercial y la firma de tratados de libre comercio en prácticamente toda la región latinoamericana. Tami Cenamo distingue etapas, características, discusiones y agendas que se elaboraron en las reuniones y cumbres donde participó la Red.

Así las cosas, este libro, Redes femeninas en la historia y en la actualidad, ofrece acercamientos múltiples y diversos a las redes sociales que han tejido con hilos y tramas particulares las mujeres en diferentes momentos, lugares y actividades con hincapié en lo económico y lo político. Como se advierte en los nueve capítulos del libro, las redes sociales femeninas se modifican, se transforman en función de los cambios sociales que experimentan las sociedades y la condición femenina, pero permanecen como recurso social. Por eso mismo las redes sociales seguirán siendo objeto de investigación y motivo de discusión y análisis en las ciencias sociales ◊

Notas al pie:
  • 1

    Redes femeninas en la historia y en la actualidad. Lilia Bayardo y Gizelle Guadalupe Macías González (coords.). Guadalajara: El Colegio de Jalisco, 2021.

Referencias
  • Arias, P. (2017). Introducción. En Arias, P. (coord.), Migrantes exitosos. La franquicia social como modelo de negocios (pp. 7-29). Guadalajara: Universidad de Guadalajara.
  • Sierra, M. T. (2004). Derecho indígena y mujeres: viejas costumbres, nuevos derechos. En Pérez-Gil Romo, S. E. y Ravelo Blancas, P. (coords.), Voces disidentes. Debates contemporáneos en los estudios de género en México (pp. 113-149). México: CIESAS, Miguel Ángel Porrúa.
Historial:
  • » Recibido: 23/03/2022
  • » Aceptado: 10/06/2022
  • » : 18/10/2022» : 2022Jul-Dec